Teresa mantenía un tono monótono y persistente mientras explicaba a su grupo de amigas cuarentonas las bondades de su nueva vida espiritual budista. Con cada sorbo de Té Chai, trataba de convencerse a sí misma de los beneficios que había obtenido con ese rotundo cambio de pensamiento. Sin embargo, su audiencia, curiosa por descubrir qué la hacía diferente, la observaba absorta, generando dudas y extrañeza.
Mientras subía al coche, reflexionó sobre la postura del saber en la que Sofía se encumbraba y se dio cuenta de que nada era menos elocuente que un lugar vacío, así como lo estaba su alma. Para Teresa, era como una casa abandonada de repente, con una campana como timbre pero sin badajo, donde cualquier visitante pensaría que los habitantes se habían ido para siempre y se habían llevado todo consigo. Sin embargo, si entendiera la elocuencia de una vida equilibrada como la que propone el budismo, comenzaría a surgir nuevamente y de manera imprescindible los detalles de ese hogar abandonado. Sacudió la cabeza negativamente y sonrió para sí misma al darse cuenta de lo equivocada que estaba Sofía.
Al llegar a un alto, un chiquillo de no más de siete años se le acercó con la intención de limpiar su parabrisas. Teresa, al notar sus intenciones, gesticuló y movió los brazos imperativamente para impedirlo, pero la fuerza de la voluntad del hambre pocas veces sucumbe ante la orden de aquel posible cliente.
El chiquillo mojó y enjabonó el parabrisas, lo limpió y finalmente estiró la mano buscando una compensación que cualquiera pensaría que una mujer de su supuesta nobleza espiritual estaría dispuesta a dar por aquel servicio. Sin embargo, la respuesta fue otra.
-Es increíble cómo el gobierno permite que chiquillos como tú molesten a personas decentes como yo. Están en esa situación de marginalidad porque quieren, prefieren dedicarse a estos actos mecánicos de ocio absoluto en lugar de esforzarse por asistir a la escuela. Seguramente tus padres utilizan el dinero que la gente integrada a la comunidad, como yo, les da para drogarse y traer más niños como tú que ensucian la imagen de un país tan grandioso y próspero energéticamente hablando como México. Sal de mi camino si no quieres que ahora mismo llame a ese policía que está debajo del semáforo y le diga que me estás hostigando.
El chiquillo no entendía nada de lo que Teresa vociferaba, solo captó el final del discurso melodramático cuando hizo mención del policía, y corrió rápidamente hacia el camellón donde un grupo de niños se reunía para mostrar los pequeños tesoros que el semáforo les había permitido obtener. Teresa se mostró satisfecha al demostrar lo bien informada que los medios la mantenían y así evitar ser engañada por lamentables espectáculos de hambre que, según su parecer, eran fingidos.
Al llegar a su clase de meditación temprano, Teresa pensó que eso le daría tiempo para hablar con Nahum, el instructor de yoga, sobre algunas inquietudes que tenía acerca de su falta de sueño en los últimos días. Por supuesto, eso era solo una excusa, ya que Nahum, un hombre de 45 años, soltero y carismático, imbuido con el brillo del budismo, era realmente la única razón por la que Teresa llegaba mucho antes de su sesión.