lunes, 27 de julio de 2020

Todos somos Dharma




Teresa mantenía un tono monótono y persistente mientras explicaba a su grupo de amigas cuarentonas las bondades de su nueva vida espiritual budista. Con cada sorbo de Té Chai, trataba de convencerse a sí misma de los beneficios que había obtenido con ese rotundo cambio de pensamiento. Sin embargo, su audiencia, curiosa por descubrir qué la hacía diferente, la observaba absorta, generando dudas y extrañeza.

De forma simplista y despreocupada, daba una explicación del Dharma como el opuesto del concepto comúnmente utilizado en conversaciones casuales: el Karma. "El Dharma no es más que una especie de Karma positivo", sentenció, dando un gran sorbo a su taza. Sin embargo, no habían pasado muchos momentos de la conversación cuando Sofía soltó una risa socarrona y adoptó una actitud de incredulidad hacia lo que Teresa explicaba. "Dharma es como el ser humano, difícil de definir, y según quien lo describa, dirá cosas muy distintas... somos Dharma", dijo Teresa. "Así que, queridas, en una vida llena de cuidados profundos como los que yo armonizo ahora, mi Dharma está completamente alineado con el equilibrio del cosmos. Por lo tanto, Sofía, no deberías reírte. En verdad, la armonización de los Chakras te permitirá vislumbrar cosas que nunca experimentarás en tu estado actual de consumo". Indignada ante la falta de respeto, Teresa lanzó una mirada asesina a Sofía, quien hábilmente trató de disimular y fingió no darse cuenta mientras bebía rápidamente su naranjada. Luego, Teresa comentó: "Me parece bastante arcaico pensar que existe un destino personal o un propósito en la vida desde el mismo día en que nacemos. Yo creo que eso se genera a partir de nuestras decisiones y no por azar. Pero es bueno que algo te llene de esta forma, amiga". La molestia de Teresa era evidente; su sangre hervía y sus mejillas se enrojecieron. Sus dedos, apretados debajo del mantel, hormigueaban y la sensación iba en aumento. Sin embargo, ahora ella sabía, gracias a sus enseñanzas budistas, que dejarse llevar por un mar de pasiones humanas no contribuiría al equilibrio que había explicado anteriormente. Debía controlarse, ya que ahora era dueña de la sabiduría que comprende los secretos más profundos, desde las minúsculas pero importantes actividades de los insectos hasta el sol y la luna, que siguen ciclos infinitos y dan curso a la naturaleza. Dejar que sus emociones se desbordaran significaría tambalear la creación al borde del caos, sofocada por la temperatura y el ruido. Así que miró a Sofía y le forzó una sonrisa. Después de terminar el desayuno, todas se besaron las mejillas y se abrazaron amistosamente, tratando de creer que la atmósfera de amistad era sincera. Prometieron organizar otro desayuno, aunque muchas sabían que sería el último. A veces, algo más hermoso que una verdad completa es una verdad a medias, ya que suena increíble, parece más sensible y ofrece más consuelo. Teresa sabía que muchas de las mujeres con las que había compartido el desenfreno de la vida universitaria estaban atrapadas en el consumo excesivo de esa vida venenosa. Ella sabía que, si se lo permitieran, podría ofrecerles el antídoto para que esa vida fuera más llevadera. Sin embargo, su terquedad las alejaba de esa perfección que ella ya disfrutaba.
Mientras subía al coche, reflexionó sobre la postura del saber en la que Sofía se encumbraba y se dio cuenta de que nada era menos elocuente que un lugar vacío, así como lo estaba su alma. Para Teresa, era como una casa abandonada de repente, con una campana como timbre pero sin badajo, donde cualquier visitante pensaría que los habitantes se habían ido para siempre y se habían llevado todo consigo. Sin embargo, si entendiera la elocuencia de una vida equilibrada como la que propone el budismo, comenzaría a surgir nuevamente y de manera imprescindible los detalles de ese hogar abandonado. Sacudió la cabeza negativamente y sonrió para sí misma al darse cuenta de lo equivocada que estaba Sofía.

Al llegar a un alto, un chiquillo de no más de siete años se le acercó con la intención de limpiar su parabrisas. Teresa, al notar sus intenciones, gesticuló y movió los brazos imperativamente para impedirlo, pero la fuerza de la voluntad del hambre pocas veces sucumbe ante la orden de aquel posible cliente.

El chiquillo mojó y enjabonó el parabrisas, lo limpió y finalmente estiró la mano buscando una compensación que cualquiera pensaría que una mujer de su supuesta nobleza espiritual estaría dispuesta a dar por aquel servicio. Sin embargo, la respuesta fue otra.

-Es increíble cómo el gobierno permite que chiquillos como tú molesten a personas decentes como yo. Están en esa situación de marginalidad porque quieren, prefieren dedicarse a estos actos mecánicos de ocio absoluto en lugar de esforzarse por asistir a la escuela. Seguramente tus padres utilizan el dinero que la gente integrada a la comunidad, como yo, les da para drogarse y traer más niños como tú que ensucian la imagen de un país tan grandioso y próspero energéticamente hablando como México. Sal de mi camino si no quieres que ahora mismo llame a ese policía que está debajo del semáforo y le diga que me estás hostigando.

El chiquillo no entendía nada de lo que Teresa vociferaba, solo captó el final del discurso melodramático cuando hizo mención del policía, y corrió rápidamente hacia el camellón donde un grupo de niños se reunía para mostrar los pequeños tesoros que el semáforo les había permitido obtener. Teresa se mostró satisfecha al demostrar lo bien informada que los medios la mantenían y así evitar ser engañada por lamentables espectáculos de hambre que, según su parecer, eran fingidos.

Al llegar a su clase de meditación temprano, Teresa pensó que eso le daría tiempo para hablar con Nahum, el instructor de yoga, sobre algunas inquietudes que tenía acerca de su falta de sueño en los últimos días. Por supuesto, eso era solo una excusa, ya que Nahum, un hombre de 45 años, soltero y carismático, imbuido con el brillo del budismo, era realmente la única razón por la que Teresa llegaba mucho antes de su sesión.

Consideraba que tratar de mostrarle el camino de la gracia y el equilibrio con el universo a cualquier persona que se encontrara en sus charlas evangelizadoras era suficiente carga positiva para que el universo le guiñara un ojo y le regalara a Nahum envuelto en papel celofán. Sin embargo, su destino personal tenía otra opinión. La escena que el universo había preparado era clara, concisa y sin lugar a dudas. Nahum, semidesnudo, tenía contra la pared a una joven secretaria de no más de 20 años en ese pequeño centro. Una característica importante de la verdad es que es absoluta, pero claramente a Teresa no le habían explicado eso en sus sesiones de meditación, al igual que los ejercicios de respiración no eran suficientes para calmar la ira contenida que la inundó en ese momento.