Sus padres habían imaginado un brillante futuro como abogado para Samuel. Sin embargo, él logró convencerlos de que no tenía el carácter necesario para dicha profesión y que la música era lo que realmente lo hacía especial. Aquel violín desbordaba el ímpetu que su padre hubiera deseado ver en un hombre imponente y seguro de sí mismo, pero Samuel era más bien un chico extremadamente retraído y silencioso, como un ratón en una cocina durante el día. Era incapaz de mostrar la más mínima emoción desbordada por alguna trivialidad emergente en una realidad tan volátil como la adolescencia.
Su vida era simple. Durante el día, adoptaba una actitud evasiva en medio del entorno escolar, esforzándose por mantener al día sus responsabilidades académicas y evitando cualquier situación conflictiva. Su contacto con los demás era mínimo; era uno de esos seres que preferían vivir su propia vida y consideraban imprudente cualquier aspiración a experimentarla plenamente. Sin embargo, por las tardes, un destello de emoción se vislumbraba en sus apagados ojos negros, ya que las intensas clases de violín constituían un motor emergente en su tumulto emocional. Pasaba horas tocando aquel instrumento, con la esperanza de ingresar al Conservatorio de las Rosas el próximo verano. Su energía se enfocaba directamente en ese talento, persiguiendo esa meta y nada más. Atado a ese único deseo, sus esfuerzos convergían en él, y le resultaba fácil mantener una disciplina y un orden inflexibles.
Una madrugada, sentado frente a la computadora, Samuel estaba terminando su tarea de Química. Agobiado por información irrelevante para su formación futura, las páginas se sucedían sin encontrar nada que lo satisficiera y le permitiera terminar ese engorroso trabajo. De repente, y sin quererlo, el puntero se deslizó hacia una ventana emergente que parpadeaba sin cesar. Al hacer clic, apareció un anuncio estrafalario en el que una joven con delicados rasgos infantiles le sonreía. A pesar de su apariencia aniñada, emanaba una obscena sensualidad falsa que la chica enmascaraba tras esa sonrisa y una dentadura perfecta. Su mirada transmitía la sensación de estar en un mundo donde nadie era libre, excepto ella, y solo allí. Samuel no pudo evitar observar detenidamente y notar el parecido con su vecina de al lado, Marité. Era una joven de 15 años con la mentalidad de una niña de 4. Tenía un cuerpo ambiguo cubierto con ropa inapropiada para su edad de florecimiento, pero a su vez irradiaba una timidez irremediable. Su piel pálida acentuaba la fragilidad inherente que se entrelazaba en su larga cabellera negra.
Soltó una mueca que se asemejaba a una risa socarrona, al imaginarse cómo sería estar con alguien como ella. Al darse cuenta de ese pensamiento extraño que acababa de pasar por su mente, se sobresaltó y cerró rápidamente esa ventana emergente, retomando su investigación. El resto de la madrugada se volvió amarga y confusa, ya que no pudo evitar tener sueños en los que corría por un oscuro sendero que terminaba abruptamente en un precipicio, mientras una voz infantil le gritaba que saltara.
A la mañana siguiente, se generó un gran revuelo en la escuela. Al parecer, la fiesta que una de las compañeras había organizado en su casa la tarde anterior se convirtió en un verdadero escándalo. Susana había tenido relaciones sexuales con Juan, y los amigos de este último habían aprovechado ese momento de intimidad para grabar a la chica de manera ilegal. Ahora, la escuela parecía regocijarse con el inicio de la humillación a la que se enfrentaba la joven. Los teléfonos móviles no dejaban de sonar y el video se compartía a una velocidad vertiginosa. De repente, el teléfono de Samuel vibró con urgencia y descubrió que alguien malintencionado lo invitaba a un festín de obscenidades que se estaba llevando a cabo con su compañera. Samuel vaciló antes de mirar, pero la curiosidad superó su instinto de precaución que le advertía mantenerse alejado del caos. La imagen que se reveló lo perturbó profundamente. Susana estaba siendo sometida por Juan de una manera brusca y poco delicada, muy alejada de las fantasías románticas de la primera vez. Sin embargo, lo que más impactó a Samuel fue la evidente inconsciencia de Susana, aparentemente afectada por el alcohol. Guardó el celular, pero su ansia seguía encendida y no sabía cómo apagarla. El resto del día transcurrió en un estado de intranquilidad que no lograba comprender del todo. Las imágenes de la chica de la ventana emergente, Marité, la vecina, y Susana no le permitían concentrarse en clase. Su único deseo era llegar a casa y revisar detalladamente aquellos atrevidos coqueteos, paso a paso, sin prisas.
Al llegar a casa, su cuerpo comenzó a arder con una excitación desbordante y su único deseo era encender el celular y refugiarse en la intimidad de su habitación, imaginando la enajenante sensación que se desata cuando dos cuerpos se entregan apasionadamente. Sin darse cuenta, su mano comenzó a buscar provocar sensaciones que embriagaban de placer cada rincón de su ser, y al llegar a su entrepierna descubrió su miembro erecto, tenso como una estaca ansiosa por atravesar un territorio desconocido, en una embestida impulsiva y desenfrenada. Ya no pudo resistir más.
Ese fue el comienzo de todo. Su búsqueda de deseo se volvió casi obsesiva, teniendo constantemente una necesidad imperante en la que su cuerpo anhelaba durante las noches en sueños acuosos, repletos de extrañezas, la compañía de otro cuerpo que irradiara un calor intenso como el suyo. No se conformaba solo con poseer un cuerpo, sino también con experimentar los sabores y olores que calmaran a la bestia que trastornaba su realidad poco a poco. Esto comenzó a afectar sus días cotidianos; las clases se volvieron emisiones inaudibles de imágenes sin sentido, donde los temas especializados carecían de importancia, como dos moscas revoloteando en la basura. Su mente no estaba en blanco, al contrario, era un volcán en erupción que vomitaba lava y se extendía lentamente por todo su cuerpo, deseando cualquier tipo de contacto.
Comenzaron entonces sus viajes como navegante virtual, y con el paso de los días, Samuel se adentró en un consumo diario del elixir prohibido que ofrecía la pornografía. Ávido, buscaba todo tipo de contenido, desde amateur hasta celebridades y fantasías. Sin embargo, al cerrar los ojos y dejarse llevar por los gemidos desbordantes, su mente solo visualizaba vívidamente a su vecina de al lado. Con su cabello largo y negro, aspecto limpio pero mirada perdida, aturdida y sonrojada, parecía estar completamente perdida en un mar de inconsciencia, desatando un universo oculto entre sus piernas. Pero al finalizar el éxtasis, Samuel caía en un estado de culpa que a veces llegaba incluso a provocarle náuseas. No comprendía cómo aquella joven, a quien la sociedad había asexuado debido a su incapacidad para encajar, lograba sumirlo en un estado de arrobamiento tan profundo.
Una mañana, más ansioso de lo normal, Samuel pidió permiso para ir al baño a mitad de la clase. Sin embargo, aunque era una necesidad de índole fisiológica, no era precisamente la razón que había dado para justificar su ausencia del salón. Esa madrugada no había podido dormir, ya que había descubierto involuntariamente la última maldad dirigida hacia su compañera Susana. Juan, no solo la había expuesto en la escuela, sino que había colgado el video en una de esas páginas de pornografía que Samuel ya acostumbraba visitar, tenía algún tiempo que por miedo se había deshecho de aquel video que impulsó todo, pero volverlo a ver despertó nuevos bríos en el adolescente.
Samuel sabía que dirigirse directamente al baño podría implicar que alguien lo escuchara y que pudiera ser sancionado por su inapropiado acto. Por tanto, decidió dirigirse hacia las canchas, ubicadas en la parte trasera de la escuela. Una vez allí, se entregó a sus deseos, escuchando atentamente los gemidos de Susana mientras se dejaba llevar por el éxtasis y estimulaba su miembro con una firmeza ansiosa que inundaba sus manos.
Sin embargo, perdido en su delirio, no se dio cuenta de que justo en la vuelta del tanque donde se escondía y donde había decidido tener esa sesión íntima, Susana se encontraba llorando ante la situación que ella también había descubierto esa mañana. Silenciosamente, lo había observado mientras realizaba ese repugnante ritual, donde de manera casi enfermiza y fanática, Samuel mantenía una relación íntima con su propia mano, acompañado de los gemidos suplicantes de Susana.
"¡Eres un cerdo, Samuel!" exclamó ella.
Samuel rompió aquella burbuja de placer al escuchar aquella sentencia, y la angustia sustituyó el éxtasis en su cuerpo.
"¿Qué haces aquí?" preguntó, desconcertado.
"Eres un cerdo, Samuel. Juan arruinó mi vida con ese video, y tú no haces más que aprovecharte de él. Vaya valiente", reprochó Susana con indignación.
La angustia dio paso a la furia en Samuel.
"No tengo la culpa de que tus acciones poco discretas ahora sean de conocimiento público. La única cerda aquí eres tú, Susana", respondió con enojo.
Acto seguido, se acomodó el uniforme y regresó, sintiendo un intenso hormigueo que se convertía en miedo ante lo que sucedería a continuación. ¿Lo denunciaría? En caso afirmativo, ¿correría el riesgo de no graduarse? Fue entonces cuando el violín volvió a resonar en su mente. ¿Debería seguir con mi búsqueda del conservatorio?
Susana, por su parte, quedó inmóvil ante esa respuesta, pero un nuevo impulso de valentía la llevó frente a su orientadora para reportar el acto repugnante que acababa de presenciar por parte de Samuel. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue aún más inmoral. La orientadora comenzó a recriminar a Susana por su imprudencia juvenil al dejarse llevar por el deseo y el alcohol, manchando así su propia imagen. Ahora tendría que vivir con las consecuencias y entender que tratar de arrastrar a otros al mismo lodazal en el que ella misma se encontraba era inútil y deshonesto. Finalmente, la enviaron de regreso al salón.
Aún así, el consumo de pornografía de Samuel no solo continuó, sino que aumentó. Siguió haciéndolo incluso después de enterarse de que Susana se había dado de baja de aquel instituto, avergonzada por el acto inapropiado que había cometido, sin siquiera saber que ella era la víctima de esas acciones. También lo hizo a pesar de descubrir que su promedio había bajado tanto, poniendo en riesgo la posibilidad de ingresar al Conservatorio. Incluso siguió haciéndolo, excusándose de las clases intensivas de violín más de dos tardes por semana para tener sesiones eróticas con su mano e imaginación.
Aquella tarde, la puerta sonó apresuradamente. Sus padres no estaban y él había planeado tener la casa libre para ver un video que se había reservado. El llamado lo sorprendió y le causó molestia. Bajó y abrió la puerta, que no dejaba de sonar. Era Rita, la vecina de al lado.
"Samuel, hijo, necesito pedirte un favor. Mi hermano acaba de llamarme y decirme que me hizo un depósito, y necesito ir a cobrarlo antes de las 8. De lo contrario, tendré que esperar hasta mañana, y es urgente comprarle unos medicamentos a Marité, quien ha estado enferma. ¿Podrías hacerme el favor de vigilarla mientras voy por el dinero y la medicina?"
En el pasado, Samuel había hecho ese favor en varias ocasiones. Quizás el oscuro deseo se había arraigado secretamente en esas solitarias visitas a Marité, pero estaban limitadas por el pudor y la moral que la civilización impone. Sin embargo, esta vez era diferente; la animalidad de Samuel había aflojado las cadenas y estaba a punto de surgir. Samuel sintió un escalofrío ante la solicitud apesadumbrada, pero no pudo negarse.
"De acuerdo, ahora voy a su casa. Solo voy a cerrar y ponerme los zapatos."
"Muchas gracias, hijo. Siempre tan atento y educado."
Al llegar a la casa, Rita terminó de guardar lo necesario en su bolsa y le indicó que Marité estaba dormida en el sofá. Le sugirió que se sentara en alguno de los otros sillones para poder ver la televisión sin problemas. Luego salió.
Samuel caminó temeroso hacia la sala y la vio dormida. Sin mirar a su alrededor, se enfocó únicamente en la imagen de la niña. De cerca y dormida, su mirada febril perdida era imperceptible, dando paso a la mujer que físicamente representaba con esos prominentes bultos expuestos debajo de su corpiño, que asomaban entre los botones del vestido. Repentinamente, un movimiento brusco hizo que la manta que la cubría cayera hasta la mitad de su torso, dejando al descubierto sus caderas anchas y sus muslos bien formados.
Embriagado por la inesperada sensualidad que Marité emanaba como un manantial en una montaña virgen, Samuel no pudo resistir la tentación de tocar una piel distinta a la suya. Ella despertó. Él extendió el brazo y abrió la mano, revelando un caramelo envuelto en brillante celofán rojo. Ella lo vio y su rostro se iluminó con una sonrisa en cada rincón. La confianza que Samuel le brindaba a Marité era la de un hermano mayor.
Samuel se acercó a ella y la abrazó con dulzura, marcando así el inicio de la desolación que acompañaría al acto criminal que estaba por acontecer.
Al regresar Rita, se encontró con un amargo y extraño escenario: Marité llorando en el sofá, repitiendo incansablemente que Samuel había roto su vestido. Rita se acercó temerosa y confundida ante la agitación que el temor a algo oscuro provoca en las madres cuando sus hijos están en peligro, y notó el desorden en el que se encontraba Marité. No pudo hacer más que abrazarla y buscar consuelo para ambas frente a esa desolación de lo aberrante. La fábrica de monstruos había dado a luz a su nueva creación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario